martes, 30 de junio de 2009

AYUNO DEL 17 DE TAMUZ צוֹם שִבְעָה עָשָׂר בְּתַמּוּז‎ (Jueves 9 de Julio de 2009)(III)

El Segundo Templo y el comienzo de su caída

Kamtza y bar Kamtza


Reinaba gran alegría en el espacioso salón de la casa de Shemaia, uno de los mas prestigiosos judíos de Jerusalén. Se oían jubilosos aplausos y una conversación animada. Un exquisito aroma brotaba del lugar, signos de una suntuosa fiesta que habla sido preparada en honor de los invitados de Shemaia.

Había extensas filas de mesas largas ya servidas con los manjares. Se acomodaron alrededor de las mismas los invitados que apetitosamente se servían. Todos conversaban acerca de lo mismo: "¿Habría revolución en Jerusalén? ¿Estallará la guerra contra los romanos? ¿O, a cambio, se oirá la voz de la paz?"

Entre los invitados se hallaban estudiosos de Torá que estaban embuidos en problemas de Halajá (ley).

Shemia, el anfitrión, de pie en la puerta recibía a sus invitados. De vez en cuando pasaba entre las mesas para verificar que todo estuviera en orden. De pronto, quedó asombrado al darse cuenta que, su amigo Kamtza no habla asistido al festin.

"No, no ha venido, mi mejor amigo no llegó al banquete", pensó. "Envié a uno de los sirvientes especialmente para que lo invite. Quién sabe qué es lo que está ocurriendo en Jerusalén".

Prosiguió controlando la asistencia de sus invitados.

Se acercó a uno de los comensales, helado ante lo que sus ojos veían. "¿Puede ser? ¿Acaso, mi peor enemigo, Bar Kamtza, está sentado en mi mesa, disfrutando de los manjares? ¿Acaso ha asistido para enfadarme?" (el sirviente había llamado por error a Bar Kamtza en lugar de a Kamtza)

Shemaia se acercó directamente y dijo en voz alta: "¿Qué ven mis ojos? ¿Quién te ha invitado a mi casa? ¡Tú, enemigo ferviente de tantos años! No te averguenzas de sentarte entre mis invitados. Vete de aquí inmediatamente."

Bar Kamtza sacó el tenedor de su boca y su rostro se tomó decolorido. "Por favor, Shemaia", le solicitó, "ya que estoy aquí, permíteme permanecer. Te abonaré por todo lo que ingiera". "¡No!", gritó Shemaia. No hago fiestas para mis enemigos. ¡Abandona el lugar inmediatamente!". "Shemaia, te lo ruego. No me averguences de tal manera. Te abonaré el costo de todo el banquete. Solo permíteme permanecer."

"Nunca", dijo Shemaia, fríamente. "Abandona enseguida el lugar si no quieres que mis sirvientes te arrojen fuera".

"Toma mi billetera. Pagaré por todo el festin. ¡No me causes tanta vergüenza!, rogó Bar Kamtza.
"¡Suficiente!", gritó Shemaia. Golpeó en la mesa para llamar la atención de todos los presentes, y dijo: "Vean a este insolente. Le pido que se retire de mi casa y no se mueve. ¿Acaso no soy yo el dueño aquí? Ahora, ponte de pie y abandona el lugar, Bar Kamtza".

Y mientras hablaba, lo tomó del saco y lo empujó hacia afuera.

Parado en la puerta, Bar Kamtza se dirigió a los presentes: "Entre todos los presentes, ¿no hay ninguno que acuda en mi ayuda? ¿Por qué permanecen todos sentados? Ni siquiera los estudiosos de la Torá hablan de defenderme. Ya verán... Llegará el día de mi venganza!"

Con estas palabras, se retiró Bar Kamtza del banquete.

Ese dia, preparó sus maletas y se encaminó hacia Roma, a solicitar una cita con el emperador romano.

Delante de enormes escalinatas de mármol pulido, se encontraba un hombre judio, de la ciudad de Jerusalén, que miraba confuso a los soldados ubicados en la entrada. "¡Ey, judio! ¿Qué es lo que quieres? ¿Qué asuntos te traen por aquí?"

"Sí,...mmm... Quiero hablar con el emperador", murmuró el judio.

¿De veras? ¿Y qué le dirás?"

"El hombre arregló sus ropas y dijo: "Me llamo Bar Karmtza. He venido desde Jerusalén, y tengo un mensaje secreto para el emperador".

Los soldados se miraron entre ellos, "Bien", dijeron, "si" es como dices, ven, te llevaremos ante el emperador".

Asi fue como llegó hasta el emperador.

"¿Qué es lo que te trae desde Jerusalén, judio? Me dijeron que tienes un secreto para mi".

"Tengo malas noticias para su majestad. Los judios están planeando una rebelión. Quieren destronar al rey ".

El emperador no se sintió a gusto. Hasta el momento habla escuchado que la ciudad estaba tranquila, y ahora Bar Karmtza venia con novedades.

"Me traes graves anuncios, judío. ¿Cómo sé que me dices la verdad?"

"Vea por usted mismo", aseguró Bar Kamtza. "Pruebe a enviar un camero para que lo sacrifiquen en nombre del emperador. Y veremos si es que lo aceptan"

El emperador mandó con Bar Kamtza un carnero tierno y ordenó: "Este camero llévalo a Jerusalén y diles a los: sacerdotes: "Este camero lo envió el emperador para que lo ofrezcan como sacrificio en vuestro Templo, para el bien del Emperador y del Imperio romano". Y tú verás si lo aceptan o no, y me lo comunicas" .

Bar Kamtza viajó a Jerusalén. En el camino dañó al camero en el lugar que implica un defecto para los judios pero no para los gentiles.

Al llegar a Jerusalén, los sacerdotes del Templo, lo revisaron y enseguida notaron que tenía un defecto. Sabían que según la ley de la Torá no les estaba permitido ofrecer este sacrificio. Mas para evitar problemas con el imperio, lo hicieron. Entonces se levantó el Rab Zejaria ben Abkilas y les dijo: "Si sacrificamos este animal, ¿qué dirá la gente? Que se aceptan sacrificios con defectos. Tenemos prohibido hacerlo".

"De ser asi, debemos matar a Bar Kamtza para que no cuente al emperador", dijeron los sacerdotes.

EL Rab Zejaria meneó su cabeza. "Si matamos a Bar Kamtza la gente dirá que existe una nueva ley; que quien traiga un animal defectuoso al Templo deberá morir".

Bar Kamtza no fue asesinado, y el sacrificio no fue ofrecido. Bar Kamtza retornó a Roma, como temian los sacerdotes, con el informe de que los judios se hablan negado a aceptar su ofrenda. Esta era toda la prueba que el emperador necesitaba para comprobar que los judios estaban por rebelarse. En pocos dias organizó a su ejército y se encaminó con sus tropas hacia Jerusalén.

Y asi fue como el odio infundado fue uno de los motivos principales que causaron la destrucción del Templo y de la ciudad de Jerusalén.

El Segundo Templo en llamas

El diecisiete de Tamuz, los muros del Monte del Templo fueron abiertos. Ese fue un día trágico para los habitantes de Jerusalén. Ahora los crueles romanos tenían el camino abierto para atacar el corazón mismo de la nación: el Beit Hamikdash. Ese día aciago, se suspendió el sacrificio diario. Hasta el momento, el servicio sagrado del Templo habla continuado sin interrupción a pesar del hambre creciente. Todos los días se encontraba algún cordero u oveja para dar como ofrenda. Los sacerdotes seguían cumpliendo su función a pesar de las flechas y las piedras que les llovian encima. Cuando moría un sacerdote, venía otro y tomaba su lugar. De esa manera, el servicio se siguió realizando durante las semanas finales del sitio.

Cuando llegó el diecisiete de Tamuz, no se pudo encontrar ni siquiera una oveja en toda la ciudad. La gente de Jerusalén comprendió que Hashem ya no deseaba sus sacrificios. Los romanos ya estaban en el Monte del Templo. Los defensores de Jerusalén entraron en pánico. Se escondieron en las habitaciones y los corredores que conducian de la fortaleza de Antonia hasta el Beit Hamikdash, con la esperanza de resistir el ataque de los soldados romanos. Durante el lapso de diez dias entre el diecisiete y el veintiocho de Tamuz, los defensores libraron una feroz batalla contra los romanos. Eran treinta mil de los mejores soldados de Titus luchando contra los pobres hambrientos judios. Pero los judios no se rendian. Por el contrario, mataron a miles de enemigos, y finalmente los romanos se vieron forzados a emprender la retirada.

Yojanán y sus hombres disfrutaron de la victoria, pero comprendieron que en realidad estaban perdiendo. "Mis hombres jamás soportarán otro ataque," pensó Yojanán. "Debo idear otro plan."
Observó el corredor donde estaban recluidos sus hombres. Qué hermoso era, con sus columnas de piedra. Recordó cómo en los dias de fiesta los judios iban alli a descansar bajo sus enormes columnas. De pronto, Yojanán tuvo una idea. Dio unos pasos y constató el estado de las columnas, y una sonrisa apareció en el rostro fatigado. Entonces reunió a los soldados que le quedaban y les explicó su plan. Sus hombres reunieron todas las tablas que pudieron encontrar y las cubrieron de azufre. Luego colocaron las tablas más largas contra las columnas y las amarraron firmemente. Cuando finalizó el trabajo, Yojanán dio una orden y todos sus hombres retrocedieron hasta el fin del corredor. Sólo dos hombres permanecieron en su lugar, porque su tarea era cerrar las enormes puertas en el momento indicado.

La noche era silenciosa. Habla tanta paz, que la guerra parecía ser tan sólo un mal sueño. Sin embargo, cubierto en la oscuridad, el ejército de Titus se acercó a la guardia de los judios. Pretendían sorprender a los judios y sumarlos en la confusión. Despacio, y con gran cuidado, los soldados romanos penetraron en el escondrijo. No llevaban luces, para no advertir a los judíos de su presencia. En muy poco tiempo, el amplio salón estaba lleno de miles de soldados. De pronto, se oyó un ruido fortísimo. Las puertas de hierro se cerraron a un mismo tiempo. Antes de que los romanos pudieran ver quién habla cerrado las puertas, habla estallado un incendio en el corredor, que se extendió rápidamente. Las altas columnas, a las que los judios hablan atado las tablas cubiertas de azufre, comenzaron a estallar y prenderse fuego, explotando en las caras de los aterrorizados romanos. Pronto, el corredor era una infierno que devoraba a miles de soldados enemigos con sus llamas. Los gritos de los soldados llegaron a; los oídos de Titus. El no podía hacer nada para salvarlos, por lo que su ira aumentó hasta estallar. ¿Cómo podia ser que le ocurriera una cosa así justo ahora, cuando estaba tan cerca del muro del Templo?

El pasillo ardió hasta el día veintisiete de Tamuz, diez días después de que se abrieran las murallas del Monte del Templo. Titus estaba decidido a llegar al Beit Hamikdash a toda costa; incluso si significaba la muerte del último de sus soldados; incluso si significaba su propia muerte. No iba a presentarse ante su padre, el emperador Vespasiano, derrotado.

El dos de Av, Titus recomenzó la guerra. Ordenó que sus tropas construyeran nuevas plataformas y torres alrededor del muro del Beit Hamikdash. Día y noche las armas golpearon el muro, pero las piedras no se movían de su lugar. Los romanos colocaron altas escaleras alrededor del muro, con la esperanza de ingresar trepando el muro por arriba. Pero los soldados judíos estaban listos para resistirlos y arrojaron las escaleras con los soldados encima. Titus no podía contener su ira. ¿Acaso la audacia de estos judíos no tenla fin? Sus soldados otra vez estaban inquietos y hablaban de revueltas, mientras que los judíos permanecían fuertes y decididos a pesar del hambre. ¿Cuál era la fuente de su fuerza?. Titus estaba convencido de que los judíos obtenían fuerza de su Templo. El sabia que mientras hubiera Beit Harnikdash, los judíos lucharían como fieras.

"Debo hacer cenizas este Templo", pensó. "Pero, ¿cómo? ¿Cómo puedo destruirlo? Titus se paseaba de aquí para allá, tratando de maquinar un plan. Parado frente a la puerta de oro del lado occidental del Templo, Titus admiraba esa obra de arte. Iluminada por los rayos del sol poniente, parecía que la puerta era de fuego.

"Qué imagen espectacular", pensó Titus. Luego vio algo que lo hizo temblar. "¡Pero claro! ¿Cómo no lo pensé antes? ¡Fuego! Tan sólo con fuego podré conquistar el Templo. ¡Si el Primer Templo también fue incendiado!". Inmediatamente Titus ordenó que se le trajera una antorcha. Titus tomó la antorcha, se acercó a la puerta dorada, y colocó sobre ella la antorcha. En un instante, el oro comenzó a derretirse como cera. Titus entendió que era una señal del cielo de que el Beit Hamikdash sería destruido. Ahora el camino al Kodesh ha Kodashim estaba abierto ante él. Entre gritos de victoria, las tropas romanas atravesaron el patio del Templo. Los defensores judíos vieron cómo los romanos penetraban. Ya no tenían más fuerzas. Pero Yojanán dijo a sus hombres: "Hermanos, no escapen. ¡Debemos evitar que el enemigo entre a nuestro Templo sagrado!". Los judíos encontraron nuevas fuerzas en las palabras de Yojanán y enfrentaron a los soldados una vez más. El nueve de Av, comenzó el ataque final romano. Quemaron los pasillos y el muro que rodeaban el Beit Hamikdash, pero el Kodesh ha Kodashim no sufrió ningún daño. Las tropas enemigas cubrían el terreno como hormigas. Las puertas se abrieron ante ellos y entonces penetraron al Templo. Los sacerdotes todavía estaban en medio de su servicio cuando llegaron los soldados. Los levitas todavía estaban cantando el salmo del dia. Estos hombres santos no cesaron su sagrada tarea hasta que fueron asesinados por los paganos. Los romanos entraron el patio del Templo. Pronto estuvieron parados frente al salón sagrado. Ante ellos estaba la vifia de oro que había hecho el Rey Salomón. Los soldados jamás hablan visto algo semejante. La contemplaron un momento y luego comenzaron a tirar de los racimos de oro y guardárselos en los bolsillos.

"¡Todos quietos!", bramó una voz detrás de ellos. Era su general, Titus, que corría a impedir que sus soldados viciosos saquearan el Templo. Estaba furioso porque sus soldados hablan penetrado en el salón sagrado antes que él. Titus llanó a un alto a sus tropas para poder moverse a la linea de frente. "¡Al que dé un paso más, lo mataré!" gritó. "Cuando lleguemos al salón sagrado, yo liderearé el camino". Los soldados dieron un paso al costado y dejaron pasar al general. Con la cabeza en alto, Titus atravesó las puertas sagradas. Lo que vieron sus ojos fue algo imponente. Alli estaba la menorá de oro con sus siete brazos. Alli estaba la mesa de oro para el pan y el altar de oro para el incienso. La santidad del lugar podía ser percibido incluso por los paganos romanos. Titus, sin embargo, estaba ebrio por la victoria. No prestó atención a lo que habla frente a sus ojos. Se acercó a la cortina del Kodesh ha Kodashim, tomó su espada, y la partió en dos.

De pronto ocurrió algo muy raro. En el lugar donde la espada hacía un tajo, emanaba sangre. Titus arrojó su espada al suelo. Reunió todas las vasijas del Templo y las colocó sobre la cortina. Sus soldados enrollaron la cortina, transformándola en una bolsa y se llevaron todas las vasijas sagradas. Los judios que hablan presenciado esa visión horrible no pudieron hacer nada. Entonces uno de los soldados romanos entró corriendo con una antorcha en la mano y la dejó caer en el suelo. De pronto, las cuatro puntas del Kodesh ha Kodashim ardian en llamas. Estas alcanzaron todo el Beit Hamikdash. Los mismos soldados romanos apenas lograron escapar con vida. Los gritos de los judíos se olan por todas partes. "¡Se incendia el Templo! ¡Se incendia el Templo! Yojanán y sus hombres trataron de extinguir el fuego, pero éste era demasiado fuerte. Los soldados judios que hablan luchado tan valientemente ahora agachaban la cabeza y lloraban. La batalla estaba perdida.

El nueve de Av, cerca del anochecer, el Beit Hamikdash fue destruido. Toda esa noche y el dia siguiente el fuego siguió arrasándolo. Parecía un altar cuyas llamas se dirigían al cielo. Esa noche no hubo oscuridad en Jerusalén. Las llamas del Templo ardiente iluminaban la ciudad como si fuese de dia. Los soldados romanos continuaron avanzando por la ciudad, matando sin piedad a los judios indefensos.

El Beit Hamikdash se quemó hasta los mismos cimientos, pero uno solo de sus muros permaneció en pie. Titus no logró destruir las enormes piedras del muro occidental. Eso fue todo lo que quedó de ese "hermoso edificio. Y la Presencia Divina no se ha ido de alli hasta nuestros días.
(selección extraída del libro "Jerusalem de Oro", © Ed. Jerusalem de México)

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